A lo largo de mi vida he podido experimentar en mi mismo el resentimiento de un modo muy profundo. Del mismo modo, también he podido trabajar con clientes afectados por el mismo, lo que me ha permitido experimentar el proceso desde el punto de vista de la ayuda personal.
El resentimiento surge y se instala en el alma como una reacción totalmente natural en el desarrollo del ego humano. Todos hemos experimentado el resentimiento en alguna ocasión en nuestras vidas, y esa experiencia nos ha permitido experimentar los sentimientos repetitivos que, con nosotros y nuestro dolor como centro, nos llevan a la culpabilización del otro o de lo otro como causantes y responsables del mismo.
No obstante, el proceso como tal no suele volverse consciente, sino que se deshace poco a poco a través del olvido; dicho de otra manera, en la mayor parte de los casos, frente al dolor y al resentimiento, la sabiduría popular del entorno aplica la máxima del «el tiempo lo cura todo». Y aparentemente, es así. El mero paso del tiempo, «distrae» por así decirlo el foco de la conciencia, desde la mismidad herida hacia el curso natural de la vida misma, en cuanto que relación con el entorno. El ego sale así, poco a poco, del «aislamiento» extremo que había experimentado como dolor, y se re-conecta con la vida y con su destino. Podríamos decir que se produce una especie de «digestión anímica», que reintegra el evento en el curso del destino de la persona de un modo profundamente inconsciente.
No obstante, cada día más, la vida moderna lleva al ser humano a enfrentarse con un proceso de aislamiento e individualización tan intenso, que los procesos de resentimiento aumentan y se presentan de forma acumulada, originando así situaciones de verdadero bloqueo personal, que pueden derivar en situaciones de neurosis.
En estos casos, es fundamental poder ayudar al ser humano bloqueado otorgando empatia, esto es, entendimiento de su dolor. Todo resentimiento nace de un profundo dolor, de una expectativa no resuelta, y ese dolor es compartible o com-padecible. Juzgar el resentimiento, o, o exigir a la persona resentida acciones especificas de transformación, no solo no lo curara, sino que sencillamente, aumentara el resentimiento y lo convertirá en una enfermedad anímico-espiritual. No es la luz del diagnóstico lo que cura, sino la vida irradiante y ordenadora que puede penetrar en el espacio de la escucha amorosa.
Por ello, la escucha empática hacia la persona resentida, las preguntas descriptivas y de reflejo, sin juicio alguno, le permiten adoptar una posición de auto-observación, o si se quiere, de auto-digestion anímica consciente, que le lleva, poco a poco, a reconocer su «autoría» en la creación del dolor, esto es, a reconocer su expectativa original, y con ello, su «exigencia» de comportamiento frente al aquel o aquella que supuestamente había causado su dolor. Al verse a si mismo como ser que exigió o demandó del otro al principio del proceso, se puede reconocer a si mismo/a como un ser tan «responsable» como aquel otro que supuestamente le habia causado el daño, y además, se reconoce como actor responsable. En palabras llanas, el doliente deja de colocarse en la situación de victima, pues despierta al hecho de que tiene «tantos esqueletos en el armario» como cualquier otro, y en concreto, qué el o ella originó este proceso mediante un gesto centrado en si mismo/a.
Con ello, la persona resentida no se «culpabiliza», sino que se «responsabiliza» de sus acciones, y por tanto deja de «culpabilizar» al otro. Si la observación se amplia, puede incluso descubrirse como el supuesto evento doloroso ha sido clave para entender la evolución del propio destino, con lo que el aparente canalla, se convierte, desde un punto de vista biográfico, en el factor clave que nos he permitido devenir quien somos. Es de ahí de donde puede nacer un gesto de agradecimiento, y en su caso, de perdón.
Con todo lo anterior, se puede comprender como el ser humano moderno necesita aprender, poco a poco, como realizar de forma consciente, este tipo de procesos de digestión, o mas exactamente, de metamorfosis anímico espiritual, que antes realizaban por el seres de una conciencia superior a través del olvido.
Esta practica, para la que la vida nos brinda innumerables oportunidades, es lo que yo llamo, «Aprender a poner orden en el Karma.»
26 octubre, 2012 en 08:59
Existen causas inefables en las que el resentimiento surge como respuesta sorda a una agresión recibida de forma injusta. Me pongo en el caso más crudo del niño o de la niña en el campo de concentración nazi.
Pero en el caso de un divorcio, por ejemplo, una y mil excusas pueden justificar el resentimiento por parte de uno u otro en la pareja malavenida. ¿Quién no tiene esqueletos en el fondo del armario?
Incluso puede que el origen de mi resentimiento sea la envidia que de forma individual alimento sin conocimiento del la persona objeto de la envidia.
Ante cada caso, seguro que existe una forma de escucha… y una sanación que permita continuar con una vida feliz y plena.
Siempre es necesaria la aceptación (propia o ajena), el perdón y la generosidad que permita crecer y superar cualquier resentimiento.
No sé si Friedrich Benesch diría: “La verdadera grandeza no es la que proviene por los títulos heredados sino por los resentimientos superados”.
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