Artículo por Antonio Martínez Alcalá.
Estoy convencido de que el movimiento que se ha originado, si quiere seguir adelante, tiene que empezar a darles sentido, no el que ahora tienen, sino el genuino y verdadero a realidades de la vida práctica que, nada tienen que ver, con lo que han sido convertidas por la cotidianidad de nuestros días. Aspectos como las relaciones sanas entre lo político, lo jurídico y lo cultural; el dinero; el concepto de salud; la relación con la naturaleza; la agricultura; las relaciones humanas. . . tienen que ser revisados, desmontados y rehabilitados bajo otros puntos de vista más éticos, más humanos, más verdaderos, más eficaces y más eficientes.
De entre todos ellos, he elegido uno que no he enumerado, pero que para mi es de los más importantes y decisivos: la educación. En la actualidad si nos paramos a hacer un pequeño análisis de su situación, entre otros, pronto nos damos cuenta de que persigue fundamentalmente dos objetivos: capacitar al niño para su vida de adulto, intento que sería deseable, si no escondiera una segunda intención, la de hacerlo según las necesidades no de él, sino las del modelo de sociedad vigente en ese momento y en ese lugar. Esta trampa está también urdida que resbala sobre las conciencias, sin que éstas se alerten del grave peligro que acecha detrás de esa tendenciosa intención.
En ese proceso de aprendizaje se olvidan otros objetivos que aparecen como necesarios para lograr una sociedad más justa y más humana, tales como serían: potenciar los valores éticos y morales, preservar la cultura general y la particular, desarrollar un conocimiento positivo de la Naturaleza, programar el currículo escolar de acuerdo con el gesto del pueblo al que se pertenece. . . se podían seguir añadiendo más objetivos, más son suficientes los apuntados para darnos cuenta de que la intención que prima en el mundo es utilitarista, tendenciosa y con fines muy claramente estructurados. Este propósito es independiente de la ideología que domine en cada espacio político.
La educación que es un bien básico y un derecho para todo ser humano es entendido de forma diferente por filósofos y políticos. El primero la comprende como expresión de un ideal humano, mientras el segundo la ve como un instrumento a utilizar para lograr sus fines. Pero como son los políticos los que manejan el dinero, y el dinero en el seno del practicismo en que vivimos exige resultados, dividendos y ganancias, es lógico que el sentido que se le de a la educación, con el fin de lograr los fines perseguidos, sea utilitario. Es por lo que en la actualidad la educación libre, libre en el sentido de que no sirve a ningún otro objetivo que no sea el del educando (el desarrollo integral del individuo como centro de todo quehacer pedagógico, para desde ahí encontrar el equilibrio correcto entre individuo y sociedad), está proscrita y deja de ser contemplada como algo apetecible y necesario.
El problema se disparó a mediados de los años 50 del siglo pasado en Estados Unidos, no quiere decir que este mal no viniera de más largo, pero es en estos momentos cuando alcanza el cenit. Los burócratas entendieron que la educación no debía de ser sólo un consumo, también había que sacarle rentabilidad, se debía entender como una inversión, en consecuencia el dinero empleado debía de dar sus frutos. Así las universidades americanas pasan a ser los centros de producción (producción del saber) y las escuelas los lugares donde se distribuye ese saber. Este método fue tan exitoso que Malchup, al poco tiempo de ponerse en marcha el proceso, contabilizo que la producción del saber avanzaba el doble de rápido que el industrial.
Pero lo cierto es que bajo este criterio la escuela pasa a concebirse como un elemento de producción. Saca unas mercancías al mercado etiquetadas con sus precios (notas). Por ello, para su buen funcionamiento, se tomaron modelos industriales. Si el desarrollo industrial demanda en los países desarrollados máquinas cada vez más sofisticadas, con la consiguiente disminución de la mano de obra, con el aumento de empleados y de servicios, con mayor ocio y tiempo libre y con una creciente demanda de técnicos y obreros especializados. . . es comprensible que se dispare la necesidad de unos y el afán de otros, en la adquisición de conocimientos para un vida profesional cada vez más precaria e inestable. Esta situación termina en una eclosión de la enseñanza, que pasa a ser entendida no como una capacitación para la vida, sino como un trampolín profesional: a mayor adquisición de conocimientos-mejor trabajo-estatus superior. Esto se convierte en el motivo por excelencia, lo más preciado para una clase que quiere invertir en sus hijos (inversión en enseñanza para obtener rentabilidad (dinero)).
Esta situación desquiciada hace que en los 15 años que transcurren entre 1950 y 1965 sean admitidos en escuelas bastantes más niños que en los miles de años anteriores de historia. Esto que aparentemente es un logro social, lo sería en verdad, si los fines perseguidos no fueran ilegítimos. Porque, claro, el estado tiene que prepararse para la avalancha que se avecina. Para ello, para que nada escape a su vigilancia, la instrucción pública tiene que ser centralizada (única forma de darle un cauce adecuado a sus fines): incitando los proyectos afines en las universidades, desarrollando planes de estudios públicos con unos fines tendenciosos, controlar la formación del profesorado de acuerdo con esquemas preestablecidos, inspectores que vigilen el buen funcionamiento del sistema y funcionarios especializados que controlen y dirijan el proceso.
Así se pasa a concebir la instrucción pública como una industria, a conducirla hacía unos métodos pedagógicos que lo único que pretenden es ayudar a hacer más efectivo, mejor engrasado, el aparato de producción económica. De esta manera si primero la libertad se puso al servicio de la economía y apareció el liberalismo económico. Ahora se coloca la cultura (espacio libre) al servicio de lo económico con lo que aparece el determinismo cultural, el pensamiento global al servicio del rodillo industrial.
Esta aceleración ha sido vertiginosa, sobre todo en las épocas de crisis como la actual. Si antes ya se hacía casi como medio de subsistencia, ahora se entra de lleno en el constante aprendizaje. En la búsqueda de una mayor capacitación dentro de un mercado laboral salvaje y cada vez más reducido en sus demandas. Esto le exige a la Administración la necesidad de entrar en una dinámica de búsqueda de nuevos métodos de enseñanza, que cumplan su función, sin encarecer la inversión (no aumentar la plantilla de maestros). Es el momento en que aparece la máquina como elemento de adoctrinamiento (lo irracional tratando de enseñar lo racional) el ordenador, la televisión, el vídeo, etc. . . por un lado y por otro libros de textos uniformados que no tienen en cuenta la característica especial de cada población escolar, las fichas estándar. . . pero sobre todo el examen tipo test que resuelve un ordenador. La función del maestro en esta nueva situación pasa a ser la de un organizador, un vigilante y a lo sumo un guía para el alumno.
La enseñanza correcta, amén de distintos procedimientos y bases pedagógicas, necesita de un reducido número de alumnos por profesor. Pero como hoy, ésta (la educación), puede impartirse enlatada: fichas, libros, ordenadores, proyecciones, aulas flexibles, deberes. . . tareas que pueden realizarse en grandes grupos y a muy poco coste (pocos maestros-vigilantes) la masificación no es un problema.
Evidentemente resulta económica.¡Si!. Pero con un alto riesgo, ya que al trabajar los alumnos, en la mayoría de las ocasiones aislados, lo hacen sólo para si mismos (potenciador egoísta que también persigue el sistema) olvidándose de los demás. Esta rémora social acompañará al individuo el resto de su vida. En este contexto ¿dónde quedan las relaciones humanas?, ¿dónde el aprender en comunidades humanas que desarrollen la interrelación con el otro? El peligro comienza en la más tierna infancia con una invasión de impresiones sensoriales y una casi nula educación en la voluntad, la psicomotricidad, en el sentido del otro, en la vida afectiva. . . en definitiva, una escuela con excesiva información y pocos estímulos generadores de una comunidad verdadera. Si somos observadores veremos como, cada vez más, aparecen alumnos aislados que no se integran en el grupo o con son rechazados por éste.
Aquel maestro que en alguna circunstancia logra salvar el cerco que la institución ha programado (cosa que aún ocurre con gratificante asiduidad en las escuelas públicas) y crea una atmósfera de entusiasmo hacia el trabajo, la amistad, la voluntad, la entrega, el calor humano. . . es capaz de crear un grupo donde esos valores se garantizan en el futuro del joven. Más cuando esto se pierda, ¿qué puede ofrecer a las nuevas generaciones un mero vigilante?
Lo que está ocurriendo en el 15-M no puede saldarse como ya he oído en algunos foros, con la ya consagrada etiqueta: «es el salpullido típico que los jóvenes experimentan a cierta edad contra sus mayores». Bueno, esta vez, no parece que estén muy acertados los «visionarios del futuro», dado que, en esta explosión de indignación, junto a los jóvenes, se alinean gran cantidad de gente ya madura e incluso mayores que no dudan en caminar juntos exigiendo un cambio, algo que le de un nuevo sentido a un horizonte turbio y amenazando tormenta.
La oposición no es contra las generaciones mayores, es: contra la corrupción; la prevaricación; contra la producción cada vez más elevada y el descenso de los puestos de trabajo; en contra de unos sueldos cada vez menos adquisitivos para los obreros y, a su vez, mas orondos para políticos, burócratas y altos ejecutivos; contra una política al servicio de la economía. . .
El sueño dorado que el siglo pasado fomentó se está acabando. Los nuevos jóvenes tienen que entrar en la rueda de la producción y de consumo y, ante el lema capitalista de ir siempre más allá, sin mirar los costes, han dicho: ¡BASTA! No quieren seguir moviendo la rueda, como el hámster en su celda de oro, quieren pisar otros suelos, experimentar otras vivencias, andar nuevos caminos. . .
Algunos se niegan a estudiar, otros se separan de los medios de consumismo en busca de otra vida más sana menos mediatizada; algunos, los más desfavorecidos, buscan evadirse hacia paraísos ficticios en las alas volátiles de los estupefacientes. . . pero ahora se reúnen en plazas y buscan, puede que inconscientemente todavía, unos espacios donde respirar aires todavía no viciados, lugares donde, por unos instantes, recrear un espacio nuevo donde todo es diferente.
Algunos dicen: «otro mayo del 68». Yo también lo dije. Y por analogía esperar un final parecido. Puede que si, no digo lo contrario, pero hay algo radicalmente distinto que lo diferencia y enaltece: estos si que se han organizado. Al principio femenino de la espontaneidad, la creatividad, la explosión contundente pero efímera que caracterizaron las algaradas de aquel mayo, se ha unido el principio masculino de la organización y, por ello, se mueven en un parámetro más sólido que aquellos (que nadie malentienda esto, ambos principios conviven en la organización humana independientemente de ser hombre o mujer). Además son pacifistas, no quieren crear problema en la calle. Así desmontan el aparato represor y muestran las vergüenzas de un sistema imposibilitado de defenderse con razones. Pero sobre todo es universal, podemos ver en sus actos y manifestaciones gentes de todas las edades, condición e ideología. ¡Algo ha cambiado!
También, hay otra diferencia, el otro mayo se caracterizó por un giro hacía la izquierda frente al capitalismo tradicional. Sin embargo, éste, no se apoya en «ismos». Es, desde cualquier punto de vista, una crítica al sistema vigente que alcanza a todos sin excepción. De acuerdo, si que los hay (gentes de partido y de sindicato), pero no es lo significativo, ya que, en menor o mayor medida, todos son culpables. Reos de culpa porque, aún desde la oposición real o ficticia, son colaboradores en el sistema vigente y por lo tanto co-sustentadores de sus tropelías. También se que en un futuro, ya lo es, será difícil catalogar este movimiento (sus motivos son tan variados que llegan hasta los condicionamientos locales) por lo variopinto de su espectro.
Sin embargo, los actores del drama, deben de darse cuenta de la existencia de un grave peligro, que si fue reconocido en mayo del 68. Ellos se dieron cuenta de lo que suponían los métodos seguidos en las universidades y, su revuelta, fue matizada por una profunda aversión contra los programas de enseñanza universitaria. Fueron conscientes de la INDUSTRIA DE LA ENSEÑANZA. La vieron como consecuencia del aumento de la producción y de un desaforado consumo que hace que el pez se muerda la cola y se devore a si mismo. Contemplaron como sus estudios eran medidos por procedimientos estándar, forma de rentabilizar y dar salida a una demanda de especialistas que el sistema necesitaba. Y esto, ¡esto es inhumano!, porque vulnera lo mas sagrado que hay en el hombre: el concepto de individualidad y su derecho inviolable de ser contemplada. Todo aquello fue fagotizado, se obvió, y se sigue obviando, en beneficio de una universidad y unas escuelas al servicio de principios económicos, en lugar de ser colocadas al servicio de los fundamentos naturales propios del ser humano. Esta reivindicación también tiene que ser uno de los pilares en la conmoción social que hoy se enfrenta a los valores, ya caducos, que estructuran esta sociedad en declive.
¡LA ESCUELA TIENE QUE LIBERARSE DE LAS EXIGENCIAS DEL ESTADO Y DE LA ECONOMÍA!.
Antonio Martínez Alcalá